martes, 12 de diciembre de 2006

¿Transición? Para quién se la trabaja

Por Hugo Neyra

En la semana tuve la impresión de que desfilaba delante nuestro un cadáver político. El cadáver de la Transición Democrática. ¿Cómo se puede, sin embargo, estar muerto y gozar de buena salud? Ese es uno de nuestros misterios barrocos, una cosa puede ser esto y también su contrario. Y que no molesten los filósofos antiguos con su principio de no contradicción, escucho decir, eso será en otros lugares.

Que la Transición anda media difunta me vino a la cabeza escuchando a Mario Vargas Llosa frente a Althaus, en Canal N. El novelista no lo dijo así, es interpretación, pero más o menos eso, con esa carga de verdad monda y lironda que acostumbra y que destiempla a más de uno por su desconcertante sinceridad. "Anda mal la clase política", deja caer en la entrevista Althaus, creyendo acaso que Vargas Llosa le iba a seguir, ocurrió otra cosa, ahondó la crítica, "y el país, el país".

Y se me vino a la cabeza las cifras en las encuestas de opinión en las que crece Fujimori, y en efecto, unos días después los señores empresarios salieron diciendo que ya estaba bien de persecuciones, que casi no había ex ministro de Fujimori que no anduviera sin proceso judicial, y que cada quien tenía derecho a pensar lo que le pareciera, dislate al que Rosa María Palacios respondió con rostro de auténtico horror, "pero, señor, si no se juzgan opiniones sino delitos", no hubo respuesta. Nuestra televisión es así, rapidita y acelerada como el manejo combi, pero se le entiende todo.

El subconsciente tiene sus mañas, como diría Matilde, más o menos. El caso es que al día siguiente me hallaba muy tranquilo explicando ante un grupo de estudiantes avanzados la Transición post-franquista, y en general que era una Transición, es decir, la salida de un régimen cerrado a uno abierto, salida pacífica, Franco se murió en su cama, y salida pactada, negociada.

Como el curso debe seguir con otros casos de Transiciones (hay la tira, sólo en la América Latina como trece, más las de Europa del Este postcomunista) intenté un esquema general. Tres características las distinguen, me escucho decir. La primera, los que gobiernan se dan cuenta de que no pueden seguir (Gorvachov y la Perestroika es el caso ejemplar).

La segunda es la práctica del consenso en la clase política, y hay que ver cómo los políticos españoles se manejan, al enfrentarse sin romper. La tercera es la voluntad del pueblo, su nivel de conciencia, o sea, las ganas de dejar algo atrás, pero de verdad. La tarde se filtraba con la luz de un verano tardío de estos días limeños y acaso eso ocultó mi desasosiego, pues mientras enunciaba esas tres reglas me daba cuenta de que mucho cojea la nuestra. Lo del consensus aquí no se entiende, creen que es melcocha o nada.

Consensual es reconocer que el otro merece mis respetos pero igual debato. Si hubiera consenso, nadie se sorprendería de que Alan García visite al presidente Toledo, ni habría cuestión de si Lourdes se queda o no en el Acuerdo. En fin, la tercera regla, la voluntad popular para una Transición, y quien la expresa.

La salida del comunismo en el Este europeo fue popular, incluyendo a los comunistas. Y en el caso de España, a la muerte del caudillo, una inmensa mayoría de españoles reconocen los méritos de la era franquista, o sea, paz social y progreso material, pero votan por un sistema de libertades. Al franquismo lo entierran sus herederos, el propio monarca, Juan Carlos I, e industriales y clases medias y populares nacidas del sistema. Un franquismo sin Franco, aunque reciclado, corre en la vena más legitimista de la España actual.

Y en esto que, en el panorama de estos días, nos ocurre dos sonados sucesos. Por una parte, la huelga del Sutep, en la que se puede intuir razonablemente ciertos apegos, tipo izquierda más que radical de los años ochenta. Por la otra, la llegada de Keiko Sofía, o sea, el fujimorismo que da la cara y se pone a derecho. Vaya, me dije. ¿Qué pasa si ahora estos dos invitados de piedra de la Transición piden su lugar en la escena política?

Los partidos políticos han estado jugando a electorados fijos, como si todo estuviera pesado y medido. ¿Qué pasa si aparece un senderismo sin fusiles y un fujimorismo sin videos? En una democracia, los partidos del descontento si son pacíficos son legítimos, con más razón en un proceso de Transición. Claro, por ahora de los arrepentidos senderistas no ha salido crítica alguna a su pasado de crímenes ni en la otra vertiente del delito, en el fujimorismo, nadie se ha dado golpes de pecho por los robos. Pero puede que eso venga.

Entonces los actuales partidos democráticos, sentados hasta ahora en el balcón de las expectativas, casi burgueses al lado de los de la emergencia fujisenderista, y en espera de heredar a Toledo y a Perú Posible, tendrán contendores en el seno mismo del pueblo, como se decía en otras épocas. En política, nadie sabe para quien trabaja. En suma, la ola de huelgas de estos días es asunto de todo el sistema, de toda la clase política. Fuera del recinto sagrado de los que se batieron están los otros. Acampando.


La República, 17 de mayo del 2003.