Por Mirko Lauer
Los fujimoristas están felices con el cuento de que quien no puede ocupar un cargo público puede, sin embargo, candidatear para ocuparlo. Resulta divertido imaginarse tamaña superchería puesta en práctica: "Vota por Fujimori para una presidencia que está prohibido de asumir". Esto sí que es llevar la idea del voto perdido a nuevas dimensiones.
El prófugo sueña con que si el JNE lo deja candidatear y él gana, la fuerza de los votos acumulados derribaría el impedimento legal, en lo que equivaldría al segundo golpe de Estado en su carrera. El argumento para esto, golpista por donde se le mire, es el pueblo habría vencido a una inhabilitación surgida de la clase política.
Esa versión, que algunos plumíferos ya difunden, olvida que eso que llaman clase política y que inhabilitó a Fujimori fue elegida precisamente por el pueblo. Aquí se está confundiendo deliberadamente elegir autoridades con responder a una encuesta. Es el tipo de pensamiento que llevó a una corrupción de talla mundial en los años 90.
Alberto Fujimori se está impacientando, y en esa medida reactivando. El avance de los juicios contra él lo ha llevado a presentar abogado ante los tribunales de Lima, aunque no se priva de decir que no cree en la justicia peruana. No dice por qué no reconoce una justicia que sí reconoce y utiliza el gobierno que lo viene apañando en Tokio.Pero su famoso partido, que es simplemente un recalentado de los cinco anteriores con la misma vieja inscripción en el JNE, no da fuego.
El único consuelo de Fujimori está en algunas encuestas, donde aparece bien ubicado. Popularidad que probablemente es la forma que han encontrado algunos de castigar a Alejandro Toledo, y que durará lo que Toledo.Pero el partido N°6 no da fuego también porque Fujimori no tiene el menor interés en que se haga política fujimorista en su ausencia. De un lado recela el surgimiento o potenciación de liderazgos que aprovechen su ausencia y su inhabilitación. De otro teme que cualquier activismo sirva para refrescar la memoria de sus estropicios.
No es lo mismo apuñalar por la espalda a los partidos democráticos y a las organizaciones populares con ayuda de una cúpula militar corrupta, como hizo en 1990-1992, que enfrentarlos con un membrete vacío y en igualdad de condiciones en el debate nacional. Lo sabe muy bien, y teme a la extradición como al diablo.
Sorprende que frente a estas realidades el doctor Manuel Sánchez Palacios se ponga de perfil, acepte el cuento de la candidatura con inhabilitación, y dé la impresión de que vive una imparcialidad también entre democracia y enemigos de la democracia. Ya se le dijo en su momento que dejarse invitar a Tokio no podía conducir a nada bueno.
La República, 31 de marzo de 2004