Por Juan Carlos Tafur
En la encuesta a nivel nacional de CPI que publica Correo -y que incluye por primera vez a la población rural- se aprecia con claridad incontestable el repunte de Alberto Fujimori. Encabeza la lista de los personajes políticos que despiertan mayor simpatía y es considerado el mejor gobernante de los últimos cinco que ha tenido el Perú.
Lo significativo, sin embargo, es que dicho respaldo es abrumador en las zonas rurales y en aquellas urbano-periféricas. ¿Acaso ello se explica por el asistencialismo rampante del fujimorismo, por los publicitados regalos de polos y comida? Verlo así no sólo sería injusto sino erróneo e impediría que se extraigan lecciones políticas importantes.
Si Fujimori guarda un enorme bolsón electoral en esas zonas es porque emprendió una política de inversión en infraestructura pública que nunca antes se llevó a cabo en el Perú. Postas médicas, colegios, caminos rurales, agua y desagüe, etc. fueron sembrados en lugares donde el Estado nunca antes se había hecho presente. El pueblo pide Estado, ese es su mayor reclamo.
No sería de extrañar, por ello, que el colapso del toledismo se deba en gran medida a haber desmontado esa política de inversión social de la década anterior confundiendo el uso perverso de regalos con la labor encomiable de organismos como Foncodes -algún día se reconocerá la labor de Alejandro Afuso en esa entidad- o la construcción de caminos rurales (que para un poblado menor equivale, en cuanto a impacto social y económico, a que en Lima se construyan tres vías expresas).
El manual de gobernabilidad de una nación como el Perú exige construir ciudadanías en las zonas populares y especialmente en las rurales. Eso pasa por otorgarle a sus habitantes las condiciones materiales sin las cuales no sólo no habría mercado sino mucho menos política y participación democrática.
La política macroeconómica puede ser todo lo exitosa que las cifras quieran, pero si el "chorreo" no se percibe con obra visible, la desconexión política de la población popular no se hará esperar. Y allí crecerán, como ya ocurrió antes, fundamentalismos disidentes, violentismos radicales y mesianismos populistas
Diario Correo 26 de agosto de 2003.